martes, 3 de enero de 2012

La amiga invisible

El día que cumplió nueve años, Ruth decidió que no quería crecer más. Recordó cada una de las veces que le habían dicho «Cómete todo el plato o no crecerás», y dejó de comer. No quiso probar el pastel de cumpleaños, solo bebió un vaso de leche en todo el día, para desesperación de su madre y enfado de su padre, que amenazó con llevarla al hospital para que la obligasen a tomar alimento. Y la culpa de esta situación la tenía yo.
Soy Estela, la amiga invisible de Ruth. Lo cual no quiere decir que no exista, soy tan real como ella o como tú, pero solo el niño que es o ha sido mi mejor amigo me puede ver. Siempre aparentaré ocho años, aunque en tiempo humano ande por los cuatrocientos.
A Ruth le dije el día anterior a su cumpleaños que ya era demasiado mayor para tener una amiga invisible y nos tendríamos que separar. Como es tan obstinada decidió que no cumpliría más años y se iría conmigo a mi mundo. No le gusta el mundo de los mayores, donde cree que no se puede jugar, imaginar o sentir la magia.
Para solucionarlo le he dicho —y lo voy a cumplir, nunca miento— que me verá siempre que ella quiera y cuando me llame acudiré a su lado. No le he contado que ella misma me olvidará, en pocos años le pareceré una figura infantil y dudará de mi existencia. Quizá de adulta me recuerde de vez en cuando con una sonrisa o hasta escriba un cuento sobre mí. Yo nunca olvidaré a la niña que me amaba tanto que por mí quiso dejar de crecer.


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