El día que cumplió nueve años, Ruth decidió que no quería crecer más. Recordó cada una de las veces que le habían dicho «Cómete todo el plato o no crecerás», y dejó de comer. No quiso probar el pastel de cumpleaños, solo bebió un vaso de leche en todo el día, para desesperación de su madre y enfado de su padre, que amenazó con llevarla al hospital para que la obligasen a tomar alimento. Y la culpa de esta situación la tenía yo.
Soy Estela, la amiga invisible de Ruth. Lo cual no quiere decir que no exista, soy tan real como ella o como tú, pero solo el niño que es o ha sido mi mejor amigo me puede ver. Siempre aparentaré ocho años, aunque en tiempo humano ande por los cuatrocientos.
A Ruth le dije el día anterior a su cumpleaños que ya era demasiado mayor para tener una amiga invisible y nos tendríamos que separar. Como es tan obstinada decidió que no cumpliría más años y se iría conmigo a mi mundo. No le gusta el mundo de los mayores, donde cree que no se puede jugar, imaginar o sentir la magia.
Para solucionarlo le he dicho —y lo voy a cumplir, nunca miento— que me verá siempre que ella quiera y cuando me llame acudiré a su lado. No le he contado que ella misma me olvidará, en pocos años le pareceré una figura infantil y dudará de mi existencia. Quizá de adulta me recuerde de vez en cuando con una sonrisa o hasta escriba un cuento sobre mí. Yo nunca olvidaré a la niña que me amaba tanto que por mí quiso dejar de crecer.
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