viernes, 5 de octubre de 2012

Marea muerta

Ese 3 de julio Nora cumplía doce años. Sentía una brisa agradable sobre su piel mojada, y aspiraba el olor a sal al que todavía no se había acostumbrado. El sol le molestaba y se echó la visera de la gorra hacia abajo. Por la pequeña rendija que quedaba entre esta y sus ojos, vio acercarse corriendo a un niño rubio, bajito para sus once años.


La empleada de la agencia de viajes le dio a Raúl los billetes, este los cogió y los metió en el bolsillo exterior del maletín.
—A su novia le va a encantar la sorpresa.
—Seguro que sí. Nos hacen falta unas vacaciones—contestó, con una sonrisa.

—¡Vamos, Nora, vente con Rebeca y conmigo al agua, está muy buena!
—No seas pesado, Alvarito. Estoy muy a gusto y no me apetece ahora.
—No me llames Alvarito, soy Álvaro. Tú te lo pierdes.
Al final volvió al agua y los tres estuvieron jugando cerca de una hora. Un rato después su prima Rebeca empezó a quejarse de que le dolía el tobillo, provocado quizá por una ola demasiado fuerte que la había tirado al suelo. La tía Carmen la acompañó a la enfermería.
—Tu madre no ha vuelto, ¿os puedo dejar solos? No tardaremos mucho. Cuidado si os metéis al agua. Álvaro, tú también. Soy responsable ante tus padres.
—Sí, Carmen, no te preocupes.
Nora pensó que su tía exageraba. El amigo de su prima era un poco crío, pero no un bebé que no supiera cuidar de sí mismo.

Nora no puso cara de sorpresa cuando su novio le dio los billetes después de la cena. Raúl observó su expresión seria y le preguntó por qué.
—Tengo mucho trabajo, ya lo sabes.
—Para eso nos vamos, para relajarnos. El mes que viene estará todo más tranquilo en tu oficina y podremos irnos. Es solo una semana, lo pasaremos bien.
—He dicho que no. No me gusta tu idea de las vacaciones.
—¿Qué te pasa? Nunca estás contenta con nada.
No respondió y empezó a recoger la mesa.
Raúl se marchó del salón dando un portazo.

Rebeca y la tía tardaban en volver. Nora se había cansado de jugar con las olas y se volvió a la sombrilla.
—Vamos fuera, podemos jugar a las cartas. O con las raquetas.
—No, prefiero aprovechar y estar en el mar, no lo piso en todo el año.
—Bueno, pero no te alejes demasiado.
—Pareces mi hermana mayor—se burló el niño.
Nora volvió a tumbarse sobre su toalla. Vio que Alvarito se alejaba de la orilla con la colchoneta y quiso decirle que volviera, a su tía no le gustaba. Pero se quedó donde estaba, era un cabezota y haría lo que quisiera. Estaba tan a gusto secándose al sol. Dentro de un ratito iría a decirle que saliera del agua, iba a ser la hora de comer.

En el dormitorio, Raúl observaba el anillo de compromiso, pero lo pensó mejor y lo volvió a guardar en el bolsillo derecho de su chaqueta.
En la cocina, Nora recogía y fregaba los platos. Cuando terminó se sentó en la banqueta, con los codos apoyados en la encimera. Se retorcía las manos, pero su semblante estaba sereno.
Cuando volvió al salón, Raúl estaba sentado en el sofá. Intentó convencerla, pero volvieron a discutir ante la tozuda negativa de ella.
—Ya sé que no te gusta bañarte en la playa, pero no tienes que bañarte si no quieres, hay mucho que hacer en un crucero.
—No me atrae la idea del crucero, ya te lo he dicho. No me gusta el mar—dijo, bajando la voz.
—¿Por qué? Nunca me has dado una explicación convincente. Como de tantas cosas.
—No importa. No me gusta.
—¿Qué quieres que haga con la reserva? ¿Devolverla?
—Si quieres.
—Eres imposible. Debería cambiarlo por el curso de inglés que quería hacer. En Londres, o Manchester. O quizás Edimburgo.
—Me parece bien.
—Estupendo entonces. Me voy a cambiarlos.
El portazo esta vez fue en la puerta principal, y Nora pensó que todos los vecinos del rellano lo habrían oído.

Se había quedado dormida. Le despertaron los gritos. Unos hombres con camisetas de Cruz Roja corrían. Su tía chillaba, o tal vez era otra mujer. Rebeca no paraba de llorar. No entendía lo que le decían, todo sucedía a cámara lenta y tenía la sensación de haberlo vivido antes. Y a la vez la incredulidad de que estuviera ocurriendo. En algún momento alguien le había dado un bofetón, y tampoco supo por qué. Solo al día siguiente, con flores entre las manos, empezó a comprender cuando vio la acusación en los ojos de su prima. Era el fin de las vacaciones, y ella tendría que haber cuidado de Alvarito, que no sabía nadar bien.

—Raúl. Lo del viaje. Yo…—Había vuelto y llevaba un rato en la habitación. Estaba llenando un bolso de viaje con un unas cuantas prendas.
—Lo mejor será que me vaya. Estoy cansado de que siempre sea así. No tengo ganas de discutir.
Nora miraba por la ventana mientras él terminaba de hacer la maleta.
—Lo siento—dijo finalmente.
Se dirigía a sí misma, porque él ya se había marchado.

Mañana era 3 de julio y Nora cumpliría treinta y tres.