sábado, 10 de noviembre de 2012

Sopa de letras (y signos)



La raya se mofaba del guion, que había perdido la tilde. Esta ya no aparecía en solo, este o aquel, y estaba malhumorada por haber perdido importancia. Ella y el guion nunca se habían llevado bien, pero ahora él la echaba de menos y se sentía mortificado. Así que empezó a burlarse de la ye, antes i griega, cuyas reminiscencias clásicas habían quedado olvidadas. La pobre ye andaba cabizbaja y se sentía la más desgraciada de toda la Asamblea de Letras y Signos Ortográficos. La cu andaba a la greña con la ka sobre en qué palabras les correspondía aparecer a una u otra. Los ánimos se encendieron de tal manera que las discusiones terminaron en pelea. Como suele suceder, la más perjudicada fue la que ninguna culpa tenía, la be acabó sin el palo, y era igual que la uve, ¿ahora sería be corta? La eñe casi pierde la virgulilla, qué ordinariez, ser confundida con la ene. Esta se sintió ofendida por tal muestra de esnobismo. 

La Secretaria, la siempre seria coma —no podía haber de más ni de menos, siempre en su justo término— puso paz y llamó a la votación. El primer vocal, el viejecito punto y coma, se había dormido. Los puntos suspensivos salieron de su eterna duda y le despertaron. Incluso con él no había cuórum suficiente. Algunas letras habían desaparecido dentro del paréntesis o se habían ido de vacaciones. La doble uve, antes uve doble, estaba de baja por problemas de identidad y la che y la elle habían sido definitivamente desterradas. La ye se sintió un poco menos infeliz observando la desdicha ajena. El punto, presidente de la Asamblea, puso final a la reunión hasta nueva convocatoria. Que quizá sería más prudente posponer, en vista del descontento general.

viernes, 5 de octubre de 2012

Marea muerta

Ese 3 de julio Nora cumplía doce años. Sentía una brisa agradable sobre su piel mojada, y aspiraba el olor a sal al que todavía no se había acostumbrado. El sol le molestaba y se echó la visera de la gorra hacia abajo. Por la pequeña rendija que quedaba entre esta y sus ojos, vio acercarse corriendo a un niño rubio, bajito para sus once años.


La empleada de la agencia de viajes le dio a Raúl los billetes, este los cogió y los metió en el bolsillo exterior del maletín.
—A su novia le va a encantar la sorpresa.
—Seguro que sí. Nos hacen falta unas vacaciones—contestó, con una sonrisa.

—¡Vamos, Nora, vente con Rebeca y conmigo al agua, está muy buena!
—No seas pesado, Alvarito. Estoy muy a gusto y no me apetece ahora.
—No me llames Alvarito, soy Álvaro. Tú te lo pierdes.
Al final volvió al agua y los tres estuvieron jugando cerca de una hora. Un rato después su prima Rebeca empezó a quejarse de que le dolía el tobillo, provocado quizá por una ola demasiado fuerte que la había tirado al suelo. La tía Carmen la acompañó a la enfermería.
—Tu madre no ha vuelto, ¿os puedo dejar solos? No tardaremos mucho. Cuidado si os metéis al agua. Álvaro, tú también. Soy responsable ante tus padres.
—Sí, Carmen, no te preocupes.
Nora pensó que su tía exageraba. El amigo de su prima era un poco crío, pero no un bebé que no supiera cuidar de sí mismo.

Nora no puso cara de sorpresa cuando su novio le dio los billetes después de la cena. Raúl observó su expresión seria y le preguntó por qué.
—Tengo mucho trabajo, ya lo sabes.
—Para eso nos vamos, para relajarnos. El mes que viene estará todo más tranquilo en tu oficina y podremos irnos. Es solo una semana, lo pasaremos bien.
—He dicho que no. No me gusta tu idea de las vacaciones.
—¿Qué te pasa? Nunca estás contenta con nada.
No respondió y empezó a recoger la mesa.
Raúl se marchó del salón dando un portazo.

Rebeca y la tía tardaban en volver. Nora se había cansado de jugar con las olas y se volvió a la sombrilla.
—Vamos fuera, podemos jugar a las cartas. O con las raquetas.
—No, prefiero aprovechar y estar en el mar, no lo piso en todo el año.
—Bueno, pero no te alejes demasiado.
—Pareces mi hermana mayor—se burló el niño.
Nora volvió a tumbarse sobre su toalla. Vio que Alvarito se alejaba de la orilla con la colchoneta y quiso decirle que volviera, a su tía no le gustaba. Pero se quedó donde estaba, era un cabezota y haría lo que quisiera. Estaba tan a gusto secándose al sol. Dentro de un ratito iría a decirle que saliera del agua, iba a ser la hora de comer.

En el dormitorio, Raúl observaba el anillo de compromiso, pero lo pensó mejor y lo volvió a guardar en el bolsillo derecho de su chaqueta.
En la cocina, Nora recogía y fregaba los platos. Cuando terminó se sentó en la banqueta, con los codos apoyados en la encimera. Se retorcía las manos, pero su semblante estaba sereno.
Cuando volvió al salón, Raúl estaba sentado en el sofá. Intentó convencerla, pero volvieron a discutir ante la tozuda negativa de ella.
—Ya sé que no te gusta bañarte en la playa, pero no tienes que bañarte si no quieres, hay mucho que hacer en un crucero.
—No me atrae la idea del crucero, ya te lo he dicho. No me gusta el mar—dijo, bajando la voz.
—¿Por qué? Nunca me has dado una explicación convincente. Como de tantas cosas.
—No importa. No me gusta.
—¿Qué quieres que haga con la reserva? ¿Devolverla?
—Si quieres.
—Eres imposible. Debería cambiarlo por el curso de inglés que quería hacer. En Londres, o Manchester. O quizás Edimburgo.
—Me parece bien.
—Estupendo entonces. Me voy a cambiarlos.
El portazo esta vez fue en la puerta principal, y Nora pensó que todos los vecinos del rellano lo habrían oído.

Se había quedado dormida. Le despertaron los gritos. Unos hombres con camisetas de Cruz Roja corrían. Su tía chillaba, o tal vez era otra mujer. Rebeca no paraba de llorar. No entendía lo que le decían, todo sucedía a cámara lenta y tenía la sensación de haberlo vivido antes. Y a la vez la incredulidad de que estuviera ocurriendo. En algún momento alguien le había dado un bofetón, y tampoco supo por qué. Solo al día siguiente, con flores entre las manos, empezó a comprender cuando vio la acusación en los ojos de su prima. Era el fin de las vacaciones, y ella tendría que haber cuidado de Alvarito, que no sabía nadar bien.

—Raúl. Lo del viaje. Yo…—Había vuelto y llevaba un rato en la habitación. Estaba llenando un bolso de viaje con un unas cuantas prendas.
—Lo mejor será que me vaya. Estoy cansado de que siempre sea así. No tengo ganas de discutir.
Nora miraba por la ventana mientras él terminaba de hacer la maleta.
—Lo siento—dijo finalmente.
Se dirigía a sí misma, porque él ya se había marchado.

Mañana era 3 de julio y Nora cumpliría treinta y tres.

miércoles, 22 de agosto de 2012

El dilema del gato

El gato se desperezó. Estaba oscuro y se volvio a dormir.
El gato estaba inquieto, allí dentro no se veía nada. Empezaba a oler raro, y en poco tiempo el animal murió.
En la gran pizarra, el profesor explicaba unas complicadísimas ecuaciones. Los alumnos discutían las posibilidades de si el gato estaría muerto o todavía vivo.
En la última fila, Pedro, demasiado soñador, o demasiado torpe, pensaba que si el gato de Schrödinger estaba muerto, para qué tanta discusión. Y si estaba vivo, se iba a morir cuando le faltara el oxígeno dentro de la caja.

sábado, 28 de julio de 2012

Relatividad de la belleza

Sus recuerdos más antiguos se remontaban a una época confusa, encerrada en un espacio angosto. Después salió de allí y fue arrastrándose por el mundo. Era tan grande y ella tan diminuta. Soñaba con el día en que podría volar. Cuando salió de la crisálida, separó sus alas y aleteó delicadamente, se sintió feliz. Su vida de larva había acabado.

Al anochecer, una luz la atrajo. 

—Mira, papá, una mariposa.
—No es más que una polilla. ¿No ves que es oscura? Voy a echarla.

Ella era una mariposa. Nocturna, pero mariposa. Que no fuera de vivos colores no la convertía en una vulgar polilla.

Salió a la oscuridad de la noche. Allí volvía a ser libre y hermosa.

viernes, 15 de junio de 2012

Nueva vida


Tuve una vida intensa. Viví, amé, odié, reí, lloré, rompí algún corazón y también rompieron el mío. Lo normal en cuarenta años de vida. Mi muerte fue estúpida: un resbalón en la ducha y todo se acabó. Eso sí, aún muerta estaba guapísima, al menos no tuve que pasar por la amargura de la vejez.

Ahora resulta difícil adaptarme a mi nueva vida. Soy una planta y ni siquiera sé cuál, los que me riegan no se ponen de acuerdo. Qué ganas de que llegue el lunes a las ocho de la mañana y volver a oír los cotilleos, las intrigas de los trepas, los gritos del jefe, los teléfonos sonando, los curritos estresados intentando llegar a la fecha límite…

sábado, 28 de abril de 2012

Después de la guerra

Y ahora que todo había terminado, qué. Estar solo es aburrido, pensó.

Se sintió contentísimo cuando vio salir a una preciosa rubia. Qué antenas más bien puestas.

sábado, 24 de marzo de 2012

El otoño del diluvio

El otoño parecía que no iba a llegar nunca, pero este año, cuando lo hizo y empezó la ansiada lluvia, no dejó de llover en muchos días. Alguna vez parecía que parase por unas horas para volver con más fuerza. La falta de luz me tenía de mal humor, me recordaba épocas demasiado tristes.
Pasaban los días y seguía lloviendo. Algunos le echaban la culpa al cambio climático, otros decían que era el diluvio universal y que se iba a terminar el mundo. Las lluvias no eran tranquilas, sino que provocaron inundaciones y graves daños materiales.
El día que llovieron peces se alarmó toda la población. En mi ciudad estábamos a casi 200 kilómetros del mar, pero se explicó por un tornado que se formó en el mar y descargó tierra adentro.
En una de esas tormentas en las que parecía que toda el agua del mundo iba a descargar sobre nosotros, corrí para resguardarme debajo de una terraza. Allí había más gente, me fijé en una chica de pelo castaño, con aire despistado. Se llamaba Irene, vivía cerca de mí pero jamás nos habíamos visto. Trajo tal soplo de alegría a mi vida que di por buenos todos los días de lluvia que llevábamos, pese a que parecía que nunca más se iba a secar la tierra.
Irene era una chica preciosa que no sabía que lo era. Tenía una dulzura que hacía mucho que no encontraba, apaciguaba mi carácter inquieto y a veces sombrío.
Bajo el paraguas del amor, seguí los sucesos de la lluvia, que no cesaba. Las compuertas de los pantanos se abrieron, muchos ríos y arroyos se desbordaron y los carteles que instaban a ahorrar agua parecían obsoletos, aunque apenas un año antes estábamos en situación de sequía.
Irene y yo pronto nos fuimos a vivir juntos. Ya tardábamos bastante en ir y venir de nuestros trabajos como para perder más tiempo en dos casas diferentes. Su casa era más pequeña y se mudó a la mía, así ahorrábamos gastos. Los días que no iba a trabajar no los cobraba, a menos que pudiera hacer el trabajo desde casa. Pero todas las incomodidades me importaban menos si podía llegar a casa y abrazarla en el sofá mientras veíamos la tele, que no era mejor que de costumbre, pero a nosotros nos lo parecía.
El día en el que hacíamos los cincuenta de eterna humedad se inundó un cementerio y el agua sacó a flote varios ataúdes de muertos recientes, decían que la tierra estaba blanda y se habían desenterrado con facilidad. Uno de ellos pasó por la avenida principal de la ciudad, lo vi cuando volvía de trabajar. Parecía la parodia de una Venecia macabra. Volvieron las explicaciones agoreras, las plagas de la Biblia y la histeria llegó al punto de que se descubrieron los cuerpos de treinta y nueve personas que se habían suicidado colectivamente, todos seguidores de una secta que predicaba el fin de los días.
Las iglesias se llenaban y los meteorólogos tenían cada vez más espacio en televisión, pero las conclusiones eran que dejaría de llover cuando la Naturaleza quisiera.
Mientras tanto, yo vivía mi amor como si fuera adolescente de nuevo, y la eterna lluvia me molestaba al ir a trabajar, al volver, en mi tiempo de ocio, como a todos, pero me importaba mucho menos si podía estar acurrucado en el sofá junto a mi chica.
Una tarde ella tardaba en llegar a casa. No me había avisado de que fuera a quedarse en el trabajo y me preocupé, pero las lluvias eran fuertes y pensé que se habría refugiado en algún sitio techado, como cuando la conocí. Vamos, Iván, me dije, no le pasará nada más que llegar empapada, tal vez un resfriado. Quizá mañana me pueda coger el día libre y quedarme a cuidarla.
La hora de las noticias había llegado y ella no había regresado. Mil cosas pasaron por mi imaginación, pero intenté distraerme con la televisión. Cuando oí a la presentadora hablar del accidente de un autobús y varios vehículos en cadena, que había causado siete muertos y al menos quince heridos, sentí que la expresión de un vuelco al corazón no era ninguna tontería. Busqué a Irene por los hospitales, bajo esa lluvia para la que ningún paraguas era eficaz, y al final la encontré.
En el peor lugar posible, la morgue. Me dijeron que murió en el acto, aplastada por el autobús que cayó por un terraplén. Perdió el bolso y sus objetos personales, o se confundieron cuando atendían a los heridos y recogían a los cadáveres, y no me pudieron avisar.
Era el día noventaisiete del diluvio. Hacía exactamente dos meses y cuatro días que la había conocido. La lluvia me la trajo y se la llevó. El día de su entierro llovió más fuerte que nunca. Las lágrimas de las nubes se confundían con las mías.
Lo irónico es que a los dos días dejó de llover. Justo a los cien de comenzar, salió un sol espléndido, que odio, porque me recuerda lo que nunca pude compartir. Ojalá vuelva a llover.

sábado, 10 de marzo de 2012

La sombra ausente

Su sombra le había abandonado. No debió tratarla tan mal.
Al principio ni notó su ausencia, ¿para qué la necesitaba, siguiéndole a todas partes? Cuando la gente comenzó a rehuir su presencia procuró ocultarse de la luz diurna y más tarde, de la luz artificial de la noche. 
Terminó convirtiéndose en fotofóbico, con fama de excéntrico solitario, habitante perenne del mundo de las sombras.

domingo, 19 de febrero de 2012

Lo que quiero ser de mayor


—Mamá, ¿por qué tengo que estudiar?
—Porque si quieres ser maestra o médica tienes que estudiar.
—¿Y bombera?
—También.
—¿Y para tener una tienda de chuches?
—Mejor estudiar para hacer las cuentas del negocio.
—¿Y si me hago pintora?
—Eso cuando seas mayor, pero también hay que prepararse. Primero tienes que aprender a multiplicar. ¿Te ayudo?
—Vale. ¿Si estudio no estaré en el paro como los primos?
—Es un poco más complicado, pero tienes mucho que aprender antes de hacerte mayor y trabajar.
—¿Pero tendré trabajo de mayor?
—Claro, cariño. Venga, las multiplicaciones, a ver si las terminamos antes de cenar.
Suspiró. Estaba a punto de quedarse en el paro, y tenía carrera, máster y hablaba tres idiomas.

sábado, 21 de enero de 2012

Sola en casa


«Estoy sola hace mucho tiempo, días quizá. Echo de menos a mis amigos. Me aburro, sin nada en que entretenerme, tengo hambre y ni siquiera me puedo duchar. ¿Por qué ella no viene? ¿Qué ocurre?»
«Oh, creo que ya vuelve. ¡Bien!», se dijo Kelly.
Iniciando Los Sims...

viernes, 13 de enero de 2012

Multiverso

Ania leía la revista, le entró sueño y se adormeció apoyada en la ventanilla del autobús.
Ania leía la revista y levantó la mirada; el chico del asiento de enfrente le sonreía. Empezaron a hablar.
Ania leía la revista, pasó la página y siguió leyendo. El reportaje sobre universos paralelos era interesantísimo. ¿Qué harían otras Anias en otros mundos en ese momento? 
Ania leía la revista y no le dio tiempo a pasar la página. Solo oyó una explosión.

martes, 3 de enero de 2012

La amiga invisible

El día que cumplió nueve años, Ruth decidió que no quería crecer más. Recordó cada una de las veces que le habían dicho «Cómete todo el plato o no crecerás», y dejó de comer. No quiso probar el pastel de cumpleaños, solo bebió un vaso de leche en todo el día, para desesperación de su madre y enfado de su padre, que amenazó con llevarla al hospital para que la obligasen a tomar alimento. Y la culpa de esta situación la tenía yo.
Soy Estela, la amiga invisible de Ruth. Lo cual no quiere decir que no exista, soy tan real como ella o como tú, pero solo el niño que es o ha sido mi mejor amigo me puede ver. Siempre aparentaré ocho años, aunque en tiempo humano ande por los cuatrocientos.
A Ruth le dije el día anterior a su cumpleaños que ya era demasiado mayor para tener una amiga invisible y nos tendríamos que separar. Como es tan obstinada decidió que no cumpliría más años y se iría conmigo a mi mundo. No le gusta el mundo de los mayores, donde cree que no se puede jugar, imaginar o sentir la magia.
Para solucionarlo le he dicho —y lo voy a cumplir, nunca miento— que me verá siempre que ella quiera y cuando me llame acudiré a su lado. No le he contado que ella misma me olvidará, en pocos años le pareceré una figura infantil y dudará de mi existencia. Quizá de adulta me recuerde de vez en cuando con una sonrisa o hasta escriba un cuento sobre mí. Yo nunca olvidaré a la niña que me amaba tanto que por mí quiso dejar de crecer.