sábado, 18 de mayo de 2013

El milagro de los panes


A mi abuela Arcángel, a quién no conocí.



Era finales de octubre pero ya hacía frío. El chal desgastado no abrigaba como antes. El vestido también tenía demasiados años y demasiados remiendos.

—Buenas tardes, Ángeles. ¿Para cuándo espera?
—Para febrero, si Dios quiere —Ella se arrebujó más en el chal.
—Espero que sí. ¿Y su marido?
—En el molino. Volverá el sábado.
—Que pase un buen día.
—Igualmente, señor guardia.

Ángeles se paró un momento y suspiró. El guardia no se había fijado en el temor que asomaba a sus ojos verdes.

La Dionisia tardaba en llegar. Pensó en el saco de harina que traería Vicente dentro de unos días. El año había sido escaso de cosechas y sus cuatro hijos siempre parecían tener hambre. Este sería el quinto. Sexto, se dijo. El segundo había muerto de fiebres con tres años. El favorito de su padre, en el pueblo decían que murió de pena cuando perdió a su nieto favorito.

Por detrás del callejón oía acercarse unos pasos. El corazón se le aceleró hasta que atisbó a Dionisia, que venía con su sobrina la tonta.

—¿Los traes?
—Sí, muy buenos.
—Anda que no los vendes caros. Ya pueden ser buenos.
—Sabes que me arriesgo. ¿Y la niña?
—Esta no oye ni dice . Y tampoco le iban a hacer caso, pobrecica mía.

Detrás de los muros del patio apenas había luz. Ángeles se sacó de debajo del vestido tres panes redondos y blancos. Hecho el intercambio, tuvo que ponerse unos trapos. El embarazo apenas se le notaba, y no sería normal volver a casa con menos tripa de la que había salido.

Cuando llegó a casa descubrió a sus hijos inusualmente tranquilos. Se metió a la cocina para preparar la cena. ¡Sólo quedaba un chorizo! Sus hijos, ni cortos ni perezosos, habían descubierto el último escondite y se habían zampado todos los demás. Era lo que pensaba hacer de cena esta noche. Bueno, cenarían pan, qué más daba comer antes o después. Ella se comería el último que le habían dejado.

Esa noche, mientras estaban sentados alrededor de la lumbre, miró a los niños con añoranza premonitoria. La chica mayor, de catorce años, se iría en primavera a Madrid a servir. Dentro de unos meses sería difícil que estuviera toda la familia reunida.

Foto de anyjazz65


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